Por Mirtha Manzano Díaz[1]
Adrián García Lebroc[2]
Es
necesario desarrollar la aptitud natural de la inteligencia humana para ubicar
todas sus informaciones en un contexto y en un conjunto. Es necesario enseñar
los métodos que permiten aprehender las relaciones mutuas y las influencias
recíprocas entre las partes y el todo en un mundo complejo[3].
E. Morín
En la actualidad se observa una preocupación latente en nuestro contexto
por la identidad. ¿Por qué está sucediendo este fenómeno? ¿Será que hemos
llegado a ese punto en la dialéctica del devenir histórico en que en vez de
avanzar hemos retrocedido y se impone cuestionar las creencias heredadas para escalar
a niveles cualitativos más altos de desarrollo, o que es importante replantear
nuestra existencia desde una cosmovisión más profunda, amplia, flexible, que
implique conocimiento, conciencia, compromiso y responsabilidad consigo mismo y
con nuestro entorno? ¿Será que lo singular
contiene en sí más rasgos universales y compartidos que lo presumido?
El problema de definir la identidad se convierte en una situación
compleja por la transdisciplinariedad que el término encierra. Es difícil
conceptuar un vocablo sobre el que inciden tantas variables, tanto objetivas
como subjetivas. Todo aquel conocimiento que el hombre construye mediante
mecanismos conscientes enmarcado en un análisis globalizador requiere de una
abstracción tal que propicia la dimensión subjetiva, y entiéndase por el
concepto globalizador la esencia de las
partes y no la simplificación de las mismas a través de la anulación de
determinados componentes sustanciales[4].
Sabemos que es peliaguda la tarea
de abarcar el todo. De nuestras vivencias depende cada lectura e interpretación,
pues es en esa dinámica pasión por comprender la misión de nuestra presencia en
relación con el cosmos cuando “la verdad”
se nos comienza a develar seductora
y venerable. Entonces, percibes la necesidad de asimilar y de
liberar, no porque «…se siente que se sube, sino que se reposa»[5],
a pesar de saber que nos debatimos, como expresa E. Morín, entre «la aspiración
de un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista»[6]
y la construcción de un conocimiento «inacabado e incompleto»[7],
queremos reflexionar sobre la tesis que de nuestra
naturaleza humana trasciende el concepto identidad —se nutre, se digiere y se
comparte en lo singular-universal, gracias a tres categorías fundamentales:
actividad-medio-comunicación, esencia en la indisoluble unidad entre la tríada
individuo-sociedad-especie. Es mediante nuestra identificación como parte de la
sociedad, del entorno y de la vida misma, cuando el conocimiento y la comprensión
de lo universal en nuestro ser íntimo se torna preciso y comienza a tener
sentido como conciencia del bien, que nos convertimos en observadores e
identificadores, en discriminadores y asimiladores, en creadores y actores, en
transformadores responsables, concientizamos que somos puntos armónicos del
complejo tejido de la vida.
En su uso cotidiano como significante, pero desde una posición más
pragmática del discurso como síntesis cultural, este vocablo ha venido
sufriendo cambios sustanciales, y ha profundizado, ampliado y multiplicado su
concepto enriqueciéndose desde el punto de vista epistemológico.
La identidad como significado, según el
Diccionario de la RAE,
expresa: (Del b. lat. identĭtas,
-ātis). f. Cualidad de idéntico. ||
2. Conjunto de rasgos
propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los
demás. || 3.
Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. || 4. Hecho de
ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca[8]. Como puede observarse se hacen referencias a
varias acepciones:
·
como sinónimo de idéntico,
·
como conciencia personal de las diferencias,
·
como rasgos característicos individuales y
colectivos.
Desde nuestra visión personal, muchas de las veces cometemos el error de
asumir el término desde la primera acepción, lo que distorsiona y reduce la verdadera
connotación del mismo: idéntico, igual,
uniforme es una vía simplista para definirlo. Es sobre la base de este significado
que se pueden cometer errores al hacer énfasis en estereotipos que se heredan
culturalmente, pero que se reproducen desde enfoques mecanicistas y esquemáticos
que sesgan una percepción, comprensión, interpretación y construcción enriquecedora
de los nexos y regularidades existentes entre nuestras realidades. Esto no
significa que en la búsqueda de la identidad no se tengan en cuenta elementos
comunes a nivel individual y social.
La segunda acepción hace referencia a tres categorías sustanciales en la
identidad: conciencia, persona,
diferencia. Esta muestra una estrecha relación con la tercera que le suma la
cualidad social, quien le proporciona
el carácter socio-cultural que la concepción del término exige, pero donde el
individuo es eje medular en su concepción y desarrollo. La identidad es un
proceso que comienza con el conocimiento del sí en relación con el entorno,
comprensión del ego y del otro (conciencia de mismidad y alteridad), con la
facultad de discernir lo individual de lo general contenido en sí, conciencia
de la individualidad, de lo que nos hace igual y diferente, comprensión, amor y
defensa de lo singular y lo universal que nos distingue en las dimensiones
tiempo-espacio.
Hoy en el ámbito intelectual y científico se hace referencia al término
de la identidad desde la pluralidad, se habla de identidades, tanto personal, nacional, cultural, etc. Cuando se
hace referencia al concepto plural, se enfatiza el carácter multidisciplinario
del término, se está conceptualizando desde la suma de sus partes, se penetra
en su análisis más que en la esencia misma. Con esta reflexión no estamos
evaluando negativamente este fenómeno, pues se hace necesario el análisis para
comprender las propiedades de las partes y captar la esencia, lo cual alude a uno
de los siete saberes necesarios: «Los
principios del conocimiento pertinente»[9],
pero es vital dejar claro que las identidades mencionadas están contenidas unas
en las otras, y en todas hay componentes comunes esenciales a la condición
humana.
En la búsqueda de la síntesis
compleja: sinergia y entropía
...el genio perfecto es el que con el poder supremo
de la moderación, co-explica el análisis
y la síntesis, sin que ésta prescinda de aquélla, ni niegue aquélla a ésta, y suba a la síntesis por el análisis[10].
J. Martí
Una visión
más compleja del término se asumiría desde una posición transdisciplinaria, holística
y dialéctica, como diría D´Angelo, O. (2002), «Una hermenéutica crítica, psicoanalítica,
humanista y marxista se impone en el examen desprejuiciado e integrador de los
complejos procesos sociales de la actualidad»[11]. Pero esto no significa
un estudio desde la suma de los diferentes paradigmas, sino que el todo contenga
la esencia de las partes, o que cuando se penetre en el análisis de las categorías y variables que se asuman como esenciales deben poseer una
carga semántica lo suficientemente general para expresar en su esencia las propiedades
del todo a lo que se le denomina «síntesis compleja»[12].
El estudio de la identidad parte desde lo singular hacia lo
universal y viceversa, y en esta misma medida se imponen una serie de dicotomías
que sustentarían su significación desde una perspectiva de conjunto, más
globalizadora, que analizarían las relaciones individuo-sociedad-especie, cabe
mencionar, dentro de estos pares “opuestos” (o mejor denominarlos unidades dialécticas), lo objetivo-lo subjetivo, lo
individual-lo social, lo consciente-lo inconsciente, lo actual-lo potencial, la
dependencia-la independencia, los planos interno-externo, las esferas cognitiva
y afectiva.
Estas unidades complejas
de análisis con enfoque transdisciplinar no pueden divorciarse de las
dimensiones socio-histórico cultural y humanística que reclaman la naturaleza
del individuo y la sociedad. No podemos hablar de identidad personal soslayando
la influencia que ejercen medio y grupo en el individuo; no podemos hablar de
identidad social sin concientizar la contribución que cada punto aporta al tapiz —resultando esta última la identidad
cultural.
Están
presente en ellas las categorías unidad y diversidad, las cuales caracterizan
los rasgos de cada individualidad tan diferente una de otra, como diferente su
personalidad, pero que al interactuar en determinadas condiciones objetivas,
como conjunto conforman la subjetividad social, que no es más que la
idiosincrasia, el carácter, las costumbres, los valores materiales y
espirituales, las características comunes y distintivas que conforman la
identidad de una comunidad, una región, nación, o la planetaria. Ellas están
presentes en lo singular y lo universal, en realidad las dicotomías funcionan
como configuraciones de un sistema en estrecha sinergia, son sus partes y sus
propiedades.
Lo individual y
lo social se expresan en el ser humano
por las influencias del medio que lo rodea y las características particulares
de su personalidad. En esta dicotomía se revelan las características personales
en relación con el contexto histórico que le ha tocado vivir. Esas
características singulares del sujeto van a estar influenciadas o marcadas por
las características de la comunidad, región a la que pertenece y por aspectos
propiamente genéricos o genéticos que le permiten expresar un determinado
carácter o temperamento, inclinación de aptitudes, coherencia entre lo que
piensa y lo que es, entre lo que expresa y lo que siente, las posibles
contradicciones y conflictos de determinados valores, etc.
El desarrollo
del pensamiento y el lenguaje, y de la sociedad en general, está dado por esa
relación de sujeto-medio, por el reflejo de los objetos de la realidad en su
psiquis que se manifiesta a través de la subjetividad al interiorizarlos y la
posibilidad de crear modelos que permiten la exteriorización de esa realidad y
su transformación; esos procesos de percepción, comprensión, interpretación,
construcción y transformación se revelan en la interacción entre los planos
externos e internos, de ahí el carácter objetivo y subjetivo de toda actividad
humana.
Las esferas
cognitiva y afectiva se manifiestan en la fusión de las vivencias, experiencias
personales y significados que adquieren los conocimientos e instrumentos durante
la actividad, es la integración de las características actitudinales y
aptitudinales individuales, que están en estrecha relación con la comunicación y
la actividad —procesos de socialización y medios por excelencia para catalizar
toda la herencia cultural.
La dependencia y
la independencia obedecen a la misión de los agentes transmisores de la cultura
y de su interacción asertiva con los sujetos en desarrollo, además de la sabiduría
de estos últimos para reconocer lo
evidentemente genuino en la práctica social, se parte de niveles de
ayuda que van desde la orientación hacia la independencia cognoscitiva o autonomía
del sujeto. Durante la actividad estos mediadores van proporcionando las herramientas
necesarias para el desarrollo de competencias (saber, hacer, ser, convivir),
componentes necesarios en la vida.
En ello
desempeña un rol sustancial lo actual y lo potencial —es el tránsito de lo conocido
hacia lo desconocido en relación con el nivel de desarrollo de elementos o
formaciones que conforman las esferas cognitiva y afectiva del individuo. Aquí
se manifiesta el pensamiento crítico,
creativo, independiente y por tanto transformador
del ser humano; son la familia, la sociedad y la escuela las instituciones
encargadas de elevar su nivel de desarrollo, servir de facilitadores o
mediadores culturales para ofrecerles las herramientas necesarias para la
construcción individual y colectiva del conocimiento sobre las bases de las cualidades
del pensamiento que le permitan obtener información y comprenderla, manejar
conceptos, establecer relaciones, emitir criterios y argumentarlos, extraer
conclusiones, solucionar problemas, en fin, construir significados y sentidos
desde el ejercicio del diálogo
(auto)crítico y reflexivo, donde ser una persona o sociedad culta se
evalúa «no solo como depositarios de
contenidos, a manera de recipiente enciclopédico»[13],
sino que, además de desarrollar el pensamiento a niveles senso-perceptivos,
representativos y racionales, «puedan», también, «evaluar en todas sus
consecuencias los sucesos y acciones suyos y de los demás»[14].
Al ser la
identidad un concepto de comprensión a escala humana es por tanto, además, un conocimiento
dinámico de trans-formación constante,
y entiéndase por este último un proceso de cambio y de formación continuo. De
ahí su entropía y sinergia —el caos genera orden y todo orden encierra confusión,
pero es esta última la que restablece de nuevo la armonía, toda continuidad
implica ruptura, y toda ruptura continuidad, nos formamos y crecemos gracias a
las crisis, la síntesis compleja implica el análisis de las particularidades
para captar la esencia, lo singular está contenido en lo universal, en toda diversidad
hay unidad. Somos únicos y a la vez somos multitudes.
Ser o no ser: una mirada interna
Soy
humano, nada de lo que es humano me es extraño [15].
Terence
El proceso de formación de la personalidad se
manifiesta en los planos interno y externo, el medio condiciona nuestro mundo interno,
los genes aportan inclinaciones y dones, las unidades dialécticas de lo
biológico y social, lo biológico e individual configuran nuestro estilo
personal, nuestras estrategias de enfrentamiento, las particularidades de nuestra individualidad,
permeada por toda la cultura y mapas genéticos heredados.
Sin embargo, estamos tan sumergidos en la vorágine
de la cotidianidad, en la satisfacción de las necesidades materiales y
espirituales más acuciantes, en la complacencia de nuestro ego, de los símbolos
de estatus, prestigio y poder, que son muy pocas las veces que nos detenemos a
reflexionar sobre nuestro carácter y
la influencia e impacto que ejercemos en nuestro medio, y mucho menos meditamos
sobre la coherencia entre nuestro discurso y nuestra actuación; estamos tan
imbuidos en complacer las exigencias del otro o de nuestros súper yo o ello que nos olvidamos de nuestra naturaleza: la humana condición.
Debemos ser conscientes, como expresa E. Morín, que
Somos resultado del cosmos, de la naturaleza, de la
vida, pero debido a nuestra humanidad misma, a nuestra cultura, a nuestra
mente, a nuestra conciencia, nos hemos vuelto extraños a este cosmos que nos es
secretamente íntimo. Nuestro pensamiento y nuestra conciencia, los cuales nos
hacen conocer este mundo físico, nos alejan otro tanto. El hecho mismo de
considerar racional y científicamente el universo nos separa también de él. Nos
hemos desarrollado más allá del mundo físico y viviente. Es en este más allá
que opera el pleno despliegue de la humanidad[16].
Es
momento de reflexionar sobre nuestros pasos y nuestras huellas, concientizar
nuestra condición como individuos miembros de una sociedad y de la especie
humana.
La búsqueda de la identidad regularmente se
dirige hacia el análisis exógeno, hacia el reconocimiento de símbolos económicos,
sociales, culturales (ready-made)
con los que podamos identificarnos desde una posición pasiva, obviando que
somos como individuos partes de un todo y nuestras
pequeñas acciones afectan el tejido complejo: mover un punto significa alterar
el contenido y la forma de lo que conformamos y a lo que pertenecemos.
No podemos
reconocernos como parte de un entorno sin haber analizado cuánto hay de ese
medio en nosotros y cuánto hemos aportado al mismo desde nuestra muy modesta posición.
Es en el proceso de participación y construcción singular cuando comenzamos a
sentirnos parte del todo, es en la concientización de los elementos, no tanto
los que nos hacen únicos y especiales como individuo, sino los compartidos (aquellos
que nos hacen únicos y especiales como grupo) cuando comenzamos a sentirnos
comprometido con el medio.
Por eso se
impone en
ese camino hacia el conocimiento del sí, ante
todo explorar nuestro mundo interno: sondear las fibras más sensibles de
nuestro ser, nuestra naturaleza animal e instintiva; cuestionar nuestros
impulsos, pasiones, y egocentrismos, las creencias limitadoras y los valores,
los comportamientos y aportes; sumergirnos en nuestro mundo material y en la
espiritualidad; deliberar quiénes somos, qué queremos; tener conciencia del
bien para proyectarnos según nuestras metas y nuestros sueños, transformarnos y
transformar.
Este proceso de conciencia sentida y
responsable nos permite tener conocimiento de
sí mismo, del otro y del medio: estos elementos potencian mantener un
diálogo y comprensión asertiva entre nuestra esencia y el mundo espiritual y
material que nos rodea —lo que se revierte en un constante control y
autorregulación en la comunicación y la actividad.
Ese proceso de introspección tan esencial en la penetración del entorno,
paradójicamente nos facilita detectar nuestras fragilidades, las del prójimo y
del medio ambiente; nos abre las puertas para comprendernos y comprenderlos y
manejarlos de forma que sepamos observar y diferenciar, entender y admirar,
convivir y respetar, crear y transformar reverenciando la naturaleza madre.
En la autorreflexión constante influye un factor psicológico importante
que no debemos subestimar, instrumento eficaz para afrontar las incertidumbres:
la intuición. Ésta trasciende lo tangible, proporciona esgrimir elementos
incorpóreos, habilita de herramientas que permiten intuir las intenciones que
dinamizan el medio físico y social, descartar las nocivas y promover las
evidentemente altruistas; concede la claridad de nutrirnos de las fuerzas que
proceden de la naturaleza con todo nuestro cuerpo, utilizar todos los órganos
de los sentidos para detectar en ella la fuente de energía cuántica más afín a
nuestro organismo, a captar de forma integral, a mantener un diálogo con el
universo natural, cada partícula alrededor transmite pistas, mas, no todos
tenemos el poder y la sensibilidad para descubrirlas, menos aún para
descifrarlas.
La clave está en no excedernos en la observación exógena cuando hay
tanto por limpiar, recoger, organizar y reciclar en nuestro mundo íntimo. Al explorar nuestra conciencia, encontrar y tensar
las cuerdas de nuestra propia sensibilidad, estamos transitando hacia la
comprensión singular, y es en este proceso de la revelación y esencia del sí donde
develamos los elementos facilitados por nuestro entorno, aquellos que son parte
del género y por consiguiente universales, este proceso de autoconciencia es
premisa imprescindible para desarrollar los sentimientos de autoestima,
simpatía y empatía, sentimientos claves para
desplegar una vida sana y que están en conexión directa con ese valor
primordial en la vida personal y social del individuo sobre el que estamos
reflexionando: la identidad.
Es hacia la toma de conciencia de la identidad donde nuestros pasos nos
conducen a marcar y dejar nuestras huellas en el entorno, gracias, no a la conciencia de la identidad porque la
palabra conciencia denota proceso de revelación en sí misma, sino a la asimilación y nutrición de su
existencia, es gracias a esa asimilación de la identidad que dejamos de
sumergirnos en la perenne batalla del ser
o no ser.
Provincianismo y conciencia
terrenal
Sólo el sabio mantiene el
todo en la mente, jamás olvida el mundo, piensa y actúa con relación al cosmos[17].
Groethuysen
Uno de los problemas más
apremiantes en la actualidad es la (falta de) conciencia de la condición
humana. «El ser humano es a la vez
físico, biológico, psíquico, cultural, social, histórico. Es esta unidad
compleja de la naturaleza humana la que está completamente desintegrada en la
educación a través de las disciplinas y que imposibilita aprender lo que
significa ser humano»[18].
Debemos trabajar desde la familia, la escuela, la comunidad sobre la conciencia
de que somos únicos y especiales como individuos, pero al mismo tiempo tenemos
más elementos comunes con quienes nos rodean de lo que nos imaginamos. Hay que
restaurar nuestra condición humana de tal manera que cada uno desde la posición
social o lugar geográfico donde nos encontremos pensemos en lo humano que nos
caracteriza a todos los seres del planeta. «Conocer
lo humano es, principalmente, situarlo en el universo y a la vez separarlo de
él. Cualquier conocimiento debe contextualizar su objeto para ser pertinente. ¿Quiénes
somos? es inseparable de un ¿dónde estamos?, ¿de dónde venimos ?, ¿a
dónde vamos ?»[19].
Estas
son preguntas sustanciales para darle sentido a la búsqueda personal, al examen
de nuestras esencias, a la comprensión de nuestros orígenes. Algunos pasamos
por la vida sin percatarnos de nuestra propia existencia, transitamos ofuscados,
incapaces de diferenciar lo esencial de lo que no lo es; en realidad la mayoría
de las veces damos valor especialmente a aquello que menos lo posee, nos
contentamos con muy poco, somos tan pragmáticos que nos conformamos con lo que
seamos capaces de abarcar con nuestra mirada, solo damos crédito a lo objetivo, no siempre nos aventuramos a
penetrar con amplitud en la ecología,
del medio natural, social y mucho menos espiritual. Tememos examinar más allá
de lo que nuestra vista alcanza, porque
simplemente los prejuicios y concepciones limitadoras con respecto al
conocimiento nos enjuiciarían por penetrar las fronteras de la especulación; la
sutileza de nuestras reflexiones no está dirigida a motivar a los lectores a descubrir
los paisajes extraordinarios que ya se conocen, ni a facilitarles conocimientos
ya elaborados, listos para su uso y memorización, sino a invitarlos a
reflexionar sobre la urgencia de explorar el especio vital y el cosmos con nuevos
ojos, de encontrar lo sorprendente en
paisajes acostumbrados.
La
percepción superficial del entorno
nos conduce a una comprensión restringida de nuestra existencia y por tanto de
nuestra identidad, a veces la lucha exagerada por mantenernos preocupados en
alcanzar la cúspide de la montaña (conocimiento, fama, prestigio y poder) y no
ocupados en el disfrute del sendero ciegan nuestras posibilidades de ver más
allá de lo tangible, ahogan la eventualidad de ser más objetivos, coartan las
potencialidades de una visión cosmogónica, sofocan las alternativas de
solución, frenan el crecimiento y desarrollo y por ende el enriquecimiento de
nuestros valores materiales y espirituales, singulares y universales.
Muchas
de nuestras actitudes chovinistas provienen del conocimiento limitado del
mundo, posicionan nuestro contexto desde una visión narcisista, egocentrista y
sincrónica, divorcian nuestro patrimonio tangible e intangible de toda su
evolución transcultural, ignoran los procesos históricos y sus estudios
diacrónicos que nos posibilita el conocimiento de los orígenes, bases de las
actuales diferencias.
Pero
también restringen el cuestionamiento de nuestras creencias, sentimientos, valores,
estereotipos, representaciones, tradiciones; delimitan una deconstrucción
autocrítica de nuestra formación ciudadana y por ende confinan la existencia al
aquí y al ahora, sin aportar como miembros de una sociedad elementos
constructivos y enriquecedores.
Mas
no está en la identificación con el entorno más cercano nuestra limitación en
la concepción de la identidad, debemos defender nuestra singularidad y nuestras
diferencias a nivel personal y provincial, nuestra debilidad al reflexionar
sobre el término radicaría en evadir la pertenencia a la tierra madre, ya
madurado en Martí en su concepción Patria
es Humanidad; nuestra mayor limitante no reside en las fronteras
territoriales, sino en los demarcaciones mentales.
La conciencia del yo singular
promueve la preocupación por el género, suscita una visión más abarcadora y comprometedora
con la condición humana. El progreso de la humanidad ha llevado al hombre a un
punto de desarrollo e incertidumbre tal que se ha impuesto la integración a
nivel global, se ha ido adquiriendo una conciencia del espacio y apoyo vital
tan amplia que hoy se habla de identidad
terrenal, pero ese conocimiento del carácter universal en lo particular y general es lo que ha
posibilitado distinguir lo singular en lo
universal, y lo que ha promovido todo un movimiento de defensa por la diversidad
cultural.
Globalidad o integración desde una «hermenéutica crítica,
psicoanalítica, humanista y marxista»[20]
como nos propone D´Angelo, O. (2002) no está divorciado del respeto a las diferencias;
todo lo contrario, contiene en sí el acatamiento de los componentes multiculturales
y el análisis de los elementos disociadores y conciliadores, desintegradores e
integradores, discordantes y concluyentes, de continuidad y ruptura que impone la
comprensión y construcción de una nueva era planetaria sobre la base de la
ética de la condición humana.
Las relaciones mutuas e influencias recíprocas entre las
partes y el todo: Proyecto de vida-ecología social
La ética de la comprensión nos pide comprender la
incomprensión[21].
E. Morín
Como expresa E. Morín (2000), «Las ciencias nos han hecho adquirir
muchas certezas, pero de la misma manera nos han revelado, en el siglo XX, innumerables campos de incertidumbre»[22].
Muchas de esas incertidumbres están en estrecha relación con el medio físico,
la naturaleza nos sorprende constantemente, nuestro avance es aparentemente
titánico, pero ignoramos mucho de lo que la naturaleza nos depara. Sin embargo,
los pasos del hombre por la tierra, su historia y cultura local y universal se
tejen mediante lo que él mismo a través de la subjetividad individual y social es
capaz de aportar, tanto a lo que patrimonio tangible e intangible se refiere.
De ahí que tengamos que volcar nuestra mirada hacia nosotros mismos, muchas de
las respuestas y soluciones a los grandes problemas personales, provinciales, nacionales
y mundiales están dentro de nosotros mismos, residen en ese sentimiento que
desempeña un rol esencial como motor impulsor en el reconocimiento y defensa de
nuestra identidad, ese sentimiento al que tanto apelamos, pero el que tan poco
comprendemos: amor.
El amor es un sentimiento universal y dentro del
reino animal nadie mejor que el hombre para conocerlo, comprenderlo y
defenderlo, pero a veces la subjetividad humana complica todos los escenarios
de la vida social convirtiendo nuestro plano interno en volcán de lava que
cuando explota en determinados períodos expulsa en su excesiva convulsión
extremas pasiones que contaminan nuestro ambiente y causan en nuestro contexto
catástrofes que afectan la formación a niveles particulares y generales. Somos
como individuos, partes de un todo y nuestras pequeñas acciones alteran el tapiz
multicolor al que pertenecemos: mover un punto significa afectar su estructura y
unidad.
La memoria
universal ha escrito el libro de nuestra herencia cultural sobre la base de este
sentimiento que desde lo social configura lo individual y viceversa, él ha
permitido acelerar o contener los hitos legítimos del desarrollo que nos ha
guiado hacia lo que hoy somos. No obstante, algunas de esas páginas que marcan
las proezas de la historia humana, a veces, nos mancillan. Por tanto en las
manos del cuidado de nuestra ecología interna está el futuro de la humanidad,
en el manejo del concepto del amor está la posibilidad real de vivir en un
mundo mejor.
La
comprensión profunda de nosotros mismos como individuo, sociedad y especie nos
lleva a replantearnos un adecuado proyecto
de vida, «el cual se construye desde la dimensión histórico-cultural de la
personalidad individual (y del grupo social), que cobra un sentido real,
significativo y práctico, en el contexto social concreto en el que se desenvuelve,
con roles, compromisos, normas y acciones, que los identifican como una persona
o grupo social concretos, en una sociedad
dada»[23]. Los
proyectos de vida serían la solución a muchos de los males que minan nuestra
ecología social, un productivo proyecto de vida nos emancipa del conjunto de
cánones y prejuicios inservibles que hemos ido recogiendo durante la vital
existencia, y que representan el freno que no nos permiten una auténtica
evolución psíquica, física y social y nos arrastran a desarrollar creencias
limitadoras, obligándonos a la contención de emociones, a la venenosa censura, a
la falsa moral.
Debemos protegernos para que estas creencias no maniobren
los fluidos del cuerpo, sistema nervioso, ni nuestro cerebro, ni nos manipulen
a tal nivel que nos permitan condescender a desacertados cánones de prestigio
que el contexto exige.
De
nosotros como individuo y grupo social depende no dar rienda a los impulsos irracionales
de la indiferencia y la aceptación aunque nos parezca que debemos consentir al poder absoluto y sancionador
de determinados esquemas conceptuales, o verdades establecidas que determinan
estereotipos. Las «ideas recibidas sin examen»[24]
conllevan a «conformismos cognitivos e intelectuales»[25] que
no caracterizan la «dinámica constructiva y de expresión de los proyectos de
vida»[26],
rasgos esenciales «a la hora de considerar su articulación con los procesos
sociales reales»[27].
Cuando esos
elementos pasan por el filtro de nuestra conciencia, se analizan y valoran,
perfeccionan nuestras aptitudes ante la vida. Saber quiénes somos y qué
queremos nos prepara para amar y defender nuestro proyecto de vida. Cuando aceptamos
todo sin un proceso de reelaboración personal y de intercambio, siendo víctimas
de los mecanismos de imitación y contagio, caemos en un plano de
superficialidad, irreflexión e indiferencia que nos coloca en un sendero de intolerantes
involuntarios que salvaguardan creencias y conceptos heredados sin ningún tipo
de cuestionamiento, lo que no conduce al desarrollo social al que aspiramos, ni
orienta hacia el crecimiento espiritual que nuestros ideales exigen.
Sin
cuestionamiento no hay conocimiento, sin cuestionamiento no hay comprensión,
sin cuestionamiento no hay transformación. Mas debemos estar alertas con los
conceptos: cuestionar no significa agredir,
cuestionar no significa destruir, ni subestimar; cuestionar significa detectar
las incongruencias, encontrar las contradicciones, solucionar los problemas
desde una óptica humanista, con una motivación genuina donde nuestras actitudes
y aptitudes se pongan de manifiesto mostrando su integridad, la conciencia del
yo individual y el yo general que configura nuestro plano interno, reconoce en la
praxis social nuestro rol e influencia personal.
Estas reflexiones nos conducen a sugerir que, paradójicamente, debemos trabajar
aquí y ahora. ¿Qué queremos decir con esto si el concepto proyecto de vida encierra en sí mismo proceso de planificación personal
presente y futura? Pues, como dice O. D´Angelo, «un proyecto de vida eficiente
no es concebible sin un desarrollo suficiente del pensamiento
crítico--autocrítico-reflexivo-- que se conecte con las líneas fundamentales de
la de la inspiración de las personas y de su acción social, y se fundamente en
una sólida autodeterminación personal»[28].
Entonces, el impacto de la interacción diaria de individuos con estos rasgos en
la práctica social sería una probada expresión de dignidad, solidaridad y espiritualidad,
o mejor utilizar un término que los sintetiza, de ética humana; lo que implica intercambio de influencias entre
individuo y sociedad, pues el conjunto de proyectos de vidas individuales con
estas particularidades influirían y conformarían los proyectos sociales de los
contextos a los que estos individuos con conciencia
sentida y responsable pertenecen, enriqueciéndose mutuamente.
Si el «concepto proyecto de vida pretende sistematizar unas formas de
estructuración de la realidad subjetiva, condición y componente de la acción
humana como praxis individual y social (...) en la que se conforma el curso de
los acontecimientos presentes y futuros a través de estilos de vida y patrones
de comportamiento social de la vida de las personas, de los grupos, de las
instituciones y de toda la sociedad»[29],
entonces, nos preguntábamos, si tendría las mismas implicaciones e impacto a
nivel individual la planificación de proyectos sociales desde las
instituciones.
Creemos que hay una premisa que muchas veces obviamos: las
potencialidades de autocrítica y creatividad de los pobladores de una comunidad
determinada. Nuestras instituciones sociales, culturales, empresariales, educacionales
generalmente planifican los proyectos sociales a partir de las conclusiones de
sus observaciones mediante determinados instrumentos de diagnóstico, mas evitan
la inclusión de la masa en el diálogo, elaboración y seguimiento de los
proyectos sociales. Se debe ser muy profundos en la planificación de los mismos,
se debe partir del diagnóstico de las necesidades e intereses reales de las personas
(o grupos) en correspondencia con las características de su entorno a partir de
sus propios testimonios y darles
participación a sus miembros en la construcción de esos proyectos, pues es
muy difícil que el ser humano comprenda, ame y defienda aquello en lo que él no
se sienta partícipe y artífice.
Recordemos que «La ética no se podría enseñar con lecciones de moral.
Ella debe formarse en las mentes a partir de la conciencia de que el humano es
al mismo tiempo individuo, parte de una sociedad, parte de una especie.
Llevamos en cada uno de nosotros esta triple realidad. De igual manera, todo
desarrollo verdaderamente humano debe comprender el desarrollo conjunto de las
autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y la conciencia de
pertenecer a la especie humana»[30].
Como podemos observar las respuestas están en nosotros mismos, en la
concepción que asumamos sobre la vida, en la flexibilidad de nuestros
pensamientos para asimilar las adversidades, en la sagacidad para detectar lo
infecundo y lo desacertado, en la
amplitud y profundidad de la intuición para descifrar las claves.
Está
siendo hora de asumir una posición exploradora, investigativa y de cuestionamiento
ante la vida, está siendo hora de concientizar que «Como si fuera un punto de
un holograma, llevamos en el seno de nuestra singularidad, no solamente toda la
humanidad, toda la vida, sino también casi todo el cosmos, incluyendo su
misterio que yace sin duda en el fondo de la naturaleza humana»[31].
[1] Profesora
Investigadora de la Universidad Estatal de Bolívar, Extensión San Miguel. E-mail:
mansanolebroc@gmail.com
[2] Investigador,
Director de Patrimonio de Ciego de Ávila. E-mail: alebroc@ciego.cult.cu
[4] Fariñas, G. (2003). Retos de la
investigación educativa: un enfoque histórico culturalista. Rev. Cubana de
Psicología,
20 (2), 145-152.
[5] Martí, J. (1882). Emerson. t. 13. p.21.
[10] Martí, J. (1975). Fragmentos.
t. 22, p. 236.
[11] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los retos
de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28.
enero-marzo, p.99.
[12] Fariñas, G. (2003). Retos de la investigación educativa: un enfoque
histórico culturalista. Revista
Cubana de Psicología. Vol. 20, No. 2.
[13] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los
retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28.
enero-marzo, p.103.
[14] Ibídem.
[20] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los retos de la
complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista
TEMAS.
No.28. enero-marzo, p.99.
[23] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los retos de la
complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista
TEMAS.
No.28. enero-marzo, p.97.
[26] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los
retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28.
enero-marzo, p.98.
[28] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los
retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28.
enero-marzo, p.98.
[29] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los
retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28.
enero-marzo, p.97