lunes, 19 de marzo de 2018

COMPLEJIDAD, CONDICIÓN HUMANA E IDENTIDAD



Por Mirtha Manzano Díaz[1]
Adrián  García Lebroc[2]
      

  Es necesario desarrollar la aptitud natural de la inteligencia humana para ubicar todas sus informaciones en un contexto y en un conjunto. Es necesario enseñar los métodos que permiten aprehender las relaciones mutuas y las influencias recíprocas entre las partes y el todo en un mundo complejo[3].
E. Morín
 
En la actualidad se observa una preocupación latente en nuestro contexto por la identidad. ¿Por qué está sucediendo este fenómeno? ¿Será que hemos llegado a ese punto en la dialéctica del devenir histórico en que en vez de avanzar hemos retrocedido y se impone cuestionar las creencias heredadas para escalar a niveles cualitativos más altos de desarrollo, o que es importante replantear nuestra existencia desde una cosmovisión más profunda, amplia, flexible, que implique conocimiento, conciencia, compromiso y responsabilidad consigo mismo y con nuestro entorno? ¿Será que lo singular contiene en sí más rasgos universales y compartidos que lo presumido? 
El problema de definir la identidad se convierte en una situación compleja por la transdisciplinariedad que el término encierra. Es difícil conceptuar un vocablo sobre el que inciden tantas variables, tanto objetivas como subjetivas. Todo aquel conocimiento que el hombre construye mediante mecanismos conscientes enmarcado en un análisis globalizador requiere de una abstracción tal que propicia la dimensión subjetiva, y entiéndase por el concepto globalizador la esencia de las partes y no la simplificación de las mismas a través de la anulación de determinados componentes sustanciales[4].
 Sabemos que es peliaguda la tarea de abarcar el todo. De nuestras vivencias depende cada lectura e interpretación, pues es en esa dinámica pasión por comprender la misión de nuestra presencia en relación con el cosmos cuando “la verdadse nos comienza a develar seductora y venerable. Entonces, percibes la necesidad de asimilar y de liberar, no porque «…se siente que se sube, sino que se reposa»[5], a pesar de saber que nos debatimos, como expresa E. Morín, entre «la aspiración de un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista»[6] y la construcción de un conocimiento «inacabado e incompleto»[7], queremos reflexionar sobre la tesis que de nuestra naturaleza humana trasciende el concepto identidad —se nutre, se digiere y se comparte en lo singular-universal, gracias a tres categorías fundamentales: actividad-medio-comunicación, esencia en la indisoluble unidad entre la tríada individuo-sociedad-especie. Es mediante nuestra identificación como parte de la sociedad, del entorno y de la vida misma, cuando el conocimiento y la comprensión de lo universal en nuestro ser íntimo se torna preciso y comienza a tener sentido como conciencia del bien, que nos convertimos en observadores e identificadores, en discriminadores y asimiladores, en creadores y actores, en transformadores responsables, concientizamos que somos puntos armónicos del complejo tejido de la vida.
En su uso cotidiano como significante, pero desde una posición más pragmática del discurso como síntesis cultural, este vocablo ha venido sufriendo cambios sustanciales, y ha profundizado, ampliado y multiplicado su concepto enriqueciéndose desde el punto de vista epistemológico.
La identidad como significado, según el Diccionario de la RAE, expresa: (Del b. lat. identĭtas, -ātis). f. Cualidad de idéntico. || 2. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. || 3. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. || 4. Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca[8].  Como puede observarse se hacen referencias a varias acepciones:
·          como sinónimo de idéntico,
·          como conciencia personal de las diferencias,
·          como rasgos característicos individuales y colectivos.
Desde nuestra visión personal, muchas de las veces cometemos el error de asumir el término desde la primera acepción, lo que distorsiona y reduce la verdadera connotación del mismo: idéntico, igual, uniforme es una vía simplista para definirlo. Es sobre la base de este significado que se pueden cometer errores al hacer énfasis en estereotipos que se heredan culturalmente, pero que se reproducen desde enfoques mecanicistas y esquemáticos que sesgan una percepción, comprensión, interpretación y construcción enriquecedora de los nexos y regularidades existentes entre nuestras realidades. Esto no significa que en la búsqueda de la identidad no se tengan en cuenta elementos comunes a nivel individual y social.
La segunda acepción hace referencia a tres categorías sustanciales en la identidad: conciencia, persona, diferencia. Esta muestra una estrecha relación con la tercera que le suma la cualidad social, quien le proporciona el carácter socio-cultural que la concepción del término exige, pero donde el individuo es eje medular en su concepción y desarrollo. La identidad es un proceso que comienza con el conocimiento del sí en relación con el entorno, comprensión del ego y del otro (conciencia de mismidad y alteridad), con la facultad de discernir lo individual de lo general contenido en sí, conciencia de la individualidad, de lo que nos hace igual y diferente, comprensión, amor y defensa de lo singular y lo universal que nos distingue en las dimensiones tiempo-espacio.
Hoy en el ámbito intelectual y científico se hace referencia al término de la identidad desde la pluralidad, se habla de identidades, tanto personal, nacional, cultural, etc. Cuando se hace referencia al concepto plural, se enfatiza el carácter multidisciplinario del término, se está conceptualizando desde la suma de sus partes, se penetra en su análisis más que en la esencia misma. Con esta reflexión no estamos evaluando negativamente este fenómeno, pues se hace necesario el análisis para comprender las propiedades de las partes y captar la esencia, lo cual alude a uno de los siete saberes necesarios: «Los principios del conocimiento pertinente»[9], pero es vital dejar claro que las identidades mencionadas están contenidas unas en las otras, y en todas hay componentes comunes esenciales a la condición humana.

En la búsqueda de la síntesis compleja: sinergia y entropía
 ...el genio perfecto es el que con el poder supremo de  la moderación, co-explica el análisis y la síntesis, sin que ésta prescinda de aquélla, ni niegue aquélla  a ésta, y suba a la síntesis por el análisis[10].
        J. Martí
Una visión más compleja del término se asumiría desde una posición transdisciplinaria, holística y dialéctica, como diría D´Angelo, O. (2002), «Una hermenéutica crítica, psicoanalítica, humanista y marxista se impone en el examen desprejuiciado e integrador de los complejos procesos sociales de la actualidad»[11]. Pero esto no significa un estudio desde la suma de los diferentes paradigmas, sino que el todo contenga la esencia de las partes, o que cuando se penetre en el análisis de las categorías y variables que se asuman como esenciales deben poseer una carga semántica lo suficientemente general para expresar en su esencia las propiedades del todo a lo que se le denomina «síntesis compleja»[12].
El estudio de la identidad parte desde lo singular hacia lo universal y viceversa, y en esta misma medida se imponen una serie de dicotomías que sustentarían su significación desde una perspectiva de conjunto, más globalizadora, que analizarían las relaciones individuo-sociedad-especie, cabe mencionar, dentro de estos pares “opuestos” (o mejor denominarlos unidades dialécticas), lo objetivo-lo subjetivo, lo individual-lo social, lo consciente-lo inconsciente, lo actual-lo potencial, la dependencia-la independencia, los planos interno-externo, las esferas cognitiva y afectiva.
Estas unidades complejas de análisis con enfoque transdisciplinar no pueden divorciarse de las dimensiones socio-histórico cultural y humanística que reclaman la naturaleza del individuo y la sociedad. No podemos hablar de identidad personal soslayando la influencia que ejercen medio y grupo en el individuo; no podemos hablar de identidad social sin concientizar la contribución que cada punto aporta al tapiz —resultando esta última la identidad cultural.
Están presente en ellas  las categorías unidad y diversidad, las cuales caracterizan los rasgos de cada individualidad tan diferente una de otra, como diferente su personalidad, pero que al interactuar en determinadas condiciones objetivas, como conjunto conforman la subjetividad social, que no es más que la idiosincrasia, el carácter, las costumbres, los valores materiales y espirituales, las características comunes y distintivas que conforman la identidad de una comunidad, una región, nación, o la planetaria. Ellas están presentes en lo singular y lo universal, en realidad las dicotomías funcionan como configuraciones de un sistema en estrecha sinergia, son sus partes y sus propiedades.
Lo individual y lo social  se expresan en el ser humano por las influencias del medio que lo rodea y las características particulares de su personalidad. En esta dicotomía se revelan las características personales en relación con el contexto histórico que le ha tocado vivir. Esas características singulares del sujeto van a estar influenciadas o marcadas por las características de la comunidad, región a la que pertenece y por aspectos propiamente genéricos o genéticos que le permiten expresar un determinado carácter o temperamento, inclinación de aptitudes, coherencia entre lo que piensa y lo que es, entre lo que expresa y lo que siente, las posibles contradicciones y conflictos de determinados valores, etc.
El desarrollo del pensamiento y el lenguaje, y de la sociedad en general, está dado por esa relación de sujeto-medio, por el reflejo de los objetos de la realidad en su psiquis que se manifiesta a través de la subjetividad al interiorizarlos y la posibilidad de crear modelos que permiten la exteriorización de esa realidad y su transformación; esos procesos de percepción, comprensión, interpretación, construcción y transformación se revelan en la interacción entre los planos externos e internos, de ahí el carácter objetivo y subjetivo de toda actividad humana.
Las esferas cognitiva y afectiva se manifiestan en la fusión de las vivencias, experiencias personales y significados que adquieren los conocimientos e instrumentos durante la actividad, es la integración de las características actitudinales y aptitudinales individuales, que están en estrecha relación con la comunicación y la actividad —procesos de socialización y medios por excelencia para catalizar toda la herencia cultural.
La dependencia y la independencia obedecen a la misión de los agentes transmisores de la cultura y de su interacción asertiva con los sujetos en desarrollo, además de la sabiduría de estos últimos para reconocer lo evidentemente genuino en la práctica social, se parte de niveles de ayuda que van desde la orientación hacia la independencia cognoscitiva o autonomía del sujeto. Durante la actividad estos mediadores van proporcionando las herramientas necesarias para el desarrollo de competencias (saber, hacer, ser, convivir), componentes necesarios en la vida.
En ello desempeña un rol sustancial lo actual y lo potencial —es el tránsito de lo conocido hacia lo desconocido en relación con el nivel de desarrollo de elementos o formaciones que conforman las esferas cognitiva y afectiva del individuo. Aquí se manifiesta el pensamiento crítico, creativo, independiente y por tanto transformador del ser humano; son la familia, la sociedad y la escuela las instituciones encargadas de elevar su nivel de desarrollo, servir de facilitadores o mediadores culturales para ofrecerles las herramientas necesarias para la construcción individual y colectiva del conocimiento sobre las bases de las cualidades del pensamiento que le permitan obtener información y comprenderla, manejar conceptos, establecer relaciones, emitir criterios y argumentarlos, extraer conclusiones, solucionar problemas, en fin, construir significados y sentidos desde el ejercicio del diálogo  (auto)crítico y reflexivo, donde ser una persona o sociedad culta se evalúa «no solo  como depositarios de contenidos, a manera de recipiente enciclopédico»[13], sino que, además de desarrollar el pensamiento a niveles senso-perceptivos, representativos y racionales, «puedan», también, «evaluar en todas sus consecuencias los sucesos y acciones suyos y de los demás»[14]. 
Al ser la identidad un concepto de comprensión a escala humana es por tanto, además, un conocimiento dinámico de trans-formación constante, y entiéndase por este último un proceso de cambio y de formación continuo. De ahí su entropía y sinergia —el caos genera orden y todo orden encierra confusión, pero es esta última la que restablece de nuevo la armonía, toda continuidad implica ruptura, y toda ruptura continuidad, nos formamos y crecemos gracias a las crisis, la síntesis compleja implica el análisis de las particularidades para captar la esencia, lo singular está contenido en lo universal, en toda diversidad hay unidad. Somos únicos y a la vez somos multitudes.

Ser o no ser: una  mirada interna
Soy humano, nada de lo que es humano me es extraño [15].
Terence
El proceso de formación de la personalidad se manifiesta en los planos interno y externo, el medio condiciona nuestro mundo interno, los genes aportan inclinaciones y dones, las unidades dialécticas de lo biológico y social, lo biológico e individual configuran nuestro estilo personal, nuestras estrategias de enfrentamiento, las particularidades de nuestra individualidad, permeada por toda la cultura y mapas genéticos heredados.
Sin embargo, estamos tan sumergidos en la vorágine de la cotidianidad, en la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales más acuciantes, en la complacencia de nuestro ego, de los símbolos de estatus, prestigio y poder, que son muy pocas las veces que nos detenemos a reflexionar sobre nuestro carácter y la influencia e impacto que ejercemos en nuestro medio, y mucho menos meditamos sobre la coherencia entre nuestro discurso y nuestra actuación; estamos tan imbuidos en complacer las exigencias del otro o de nuestros súper yo o ello que nos olvidamos de nuestra naturaleza: la humana condición.
Debemos ser conscientes, como expresa E. Morín, que
Somos resultado del cosmos, de la naturaleza, de la vida, pero debido a nuestra humanidad misma, a nuestra cultura, a nuestra mente, a nuestra conciencia, nos hemos vuelto extraños a este cosmos que nos es secretamente íntimo. Nuestro pensamiento y nuestra conciencia, los cuales nos hacen conocer este mundo físico, nos alejan otro tanto. El hecho mismo de considerar racional y científicamente el universo nos separa también de él. Nos hemos desarrollado más allá del mundo físico y viviente. Es en este más allá que opera el pleno despliegue de la humanidad[16].
 Es momento de reflexionar sobre nuestros pasos y nuestras huellas, concientizar nuestra condición como individuos miembros de una sociedad y de la especie humana.
La búsqueda de la identidad regularmente se dirige hacia el análisis exógeno, hacia el reconocimiento de símbolos económicos, sociales, culturales (ready-made) con los que podamos identificarnos desde una posición pasiva, obviando que somos como individuos partes de un todo y nuestras pequeñas acciones afectan el tejido complejo: mover un punto significa alterar el contenido y la forma de lo que conformamos y a lo que pertenecemos.
No podemos reconocernos como parte de un entorno sin haber analizado cuánto hay de ese medio en nosotros y cuánto hemos aportado al mismo desde nuestra muy modesta posición. Es en el proceso de participación y construcción singular cuando comenzamos a sentirnos parte del todo, es en la concientización de los elementos, no tanto los que nos hacen únicos y especiales como individuo, sino los compartidos (aquellos que nos hacen únicos y especiales como grupo) cuando comenzamos a sentirnos comprometido con el medio.
Por eso se impone en ese camino hacia el conocimiento del sí, ante todo explorar nuestro mundo interno: sondear las fibras más sensibles de nuestro ser, nuestra naturaleza animal e instintiva; cuestionar nuestros impulsos, pasiones, y egocentrismos, las creencias limitadoras y los valores, los comportamientos y aportes; sumergirnos en nuestro mundo material y en la espiritualidad; deliberar quiénes somos, qué queremos; tener conciencia del bien para proyectarnos según nuestras metas y nuestros sueños, transformarnos y transformar.
Este proceso de conciencia sentida y responsable nos permite tener conocimiento de sí mismo, del otro y del medio: estos elementos potencian mantener un diálogo y comprensión asertiva entre nuestra esencia y el mundo espiritual y material que nos rodea —lo que se revierte en un constante control y autorregulación en la comunicación y la actividad.
Ese proceso de introspección tan esencial en la penetración del entorno, paradójicamente nos facilita detectar nuestras fragilidades, las del prójimo y del medio ambiente; nos abre las puertas para comprendernos y comprenderlos y manejarlos de forma que sepamos observar y diferenciar, entender y admirar, convivir y respetar, crear y transformar reverenciando la naturaleza madre.
En la autorreflexión constante influye un factor psicológico importante que no debemos subestimar, instrumento eficaz para afrontar las incertidumbres: la intuición. Ésta trasciende lo tangible, proporciona esgrimir elementos incorpóreos, habilita de herramientas que permiten intuir las intenciones que dinamizan el medio físico y social, descartar las nocivas y promover las evidentemente altruistas; concede la claridad de nutrirnos de las fuerzas que proceden de la naturaleza con todo nuestro cuerpo, utilizar todos los órganos de los sentidos para detectar en ella la fuente de energía cuántica más afín a nuestro organismo, a captar de forma integral, a mantener un diálogo con el universo natural, cada partícula alrededor transmite pistas, mas, no todos tenemos el poder y la sensibilidad para descubrirlas, menos aún para descifrarlas.
La clave está en no excedernos en la observación exógena cuando hay tanto por limpiar, recoger, organizar y reciclar en nuestro mundo íntimo. Al  explorar nuestra conciencia, encontrar y tensar las cuerdas de nuestra propia sensibilidad, estamos transitando hacia la comprensión singular, y es en este proceso de la revelación y esencia del sí donde develamos los elementos facilitados por nuestro entorno, aquellos que son parte del género y por consiguiente universales, este proceso de autoconciencia es premisa imprescindible para desarrollar los sentimientos de autoestima, simpatía y empatía, sentimientos claves para  desplegar una vida sana y que están en conexión directa con ese valor primordial en la vida personal y social del individuo sobre el que estamos reflexionando: la identidad.
Es hacia la toma de conciencia de la identidad donde nuestros pasos nos conducen a marcar y dejar nuestras huellas en el entorno, gracias, no a la conciencia de la identidad porque la palabra conciencia denota proceso de revelación en sí misma, sino a la asimilación y nutrición de su existencia, es gracias a esa asimilación de la identidad que dejamos de sumergirnos en la perenne batalla del ser o no ser.

Provincianismo y conciencia terrenal
Sólo el sabio mantiene el todo en la mente, jamás olvida el mundo, piensa y actúa con relación al cosmos[17].
Groethuysen
Uno de los problemas más apremiantes en la actualidad es la (falta de) conciencia de la condición humana. «El ser humano es a la vez físico, biológico, psíquico, cultural, social, histórico. Es esta unidad compleja de la naturaleza humana la que está completamente desintegrada en la educación a través de las disciplinas y que imposibilita aprender lo que significa ser humano»[18]. Debemos trabajar desde la familia, la escuela, la comunidad sobre la conciencia de que somos únicos y especiales como individuos, pero al mismo tiempo tenemos más elementos comunes con quienes nos rodean de lo que nos imaginamos. Hay que restaurar nuestra condición humana de tal manera que cada uno desde la posición social o lugar geográfico donde nos encontremos pensemos en lo humano que nos caracteriza a todos los seres del planeta. «Conocer lo humano es, principalmente, situarlo en el universo y a la vez separarlo de él. Cualquier conocimiento debe contextualizar su objeto para ser pertinente. ¿Quiénes somos? es inseparable de un ¿dónde estamos?, ¿de dónde venimos ?, ¿a dónde vamos ?»[19].
Estas son preguntas sustanciales para darle sentido a la búsqueda personal, al examen de nuestras esencias, a la comprensión de nuestros orígenes. Algunos pasamos por la vida sin percatarnos de nuestra propia existencia, transitamos ofuscados, incapaces de diferenciar lo esencial de lo que no lo es; en realidad la mayoría de las veces damos valor especialmente a aquello que menos lo posee, nos contentamos con muy poco, somos tan pragmáticos que nos conformamos con lo que seamos capaces de abarcar con nuestra mirada, solo damos crédito a lo objetivo, no siempre nos aventuramos a penetrar con amplitud en la ecología, del medio natural, social y mucho menos espiritual. Tememos examinar más allá de lo que nuestra vista alcanza, porque simplemente los prejuicios y concepciones limitadoras con respecto al conocimiento nos enjuiciarían por penetrar las fronteras de la especulación; la sutileza de nuestras reflexiones no está dirigida a motivar a los lectores a descubrir los paisajes extraordinarios que ya se conocen, ni a facilitarles conocimientos ya elaborados, listos para su uso y memorización, sino a invitarlos a reflexionar sobre la urgencia de explorar el especio vital y el cosmos con nuevos ojos, de encontrar lo sorprendente en paisajes acostumbrados.
La percepción superficial del entorno nos conduce a una comprensión restringida de nuestra existencia y por tanto de nuestra identidad, a veces la lucha exagerada por mantenernos preocupados en alcanzar la cúspide de la montaña (conocimiento, fama, prestigio y poder) y no ocupados en el disfrute del sendero ciegan nuestras posibilidades de ver más allá de lo tangible, ahogan la eventualidad de ser más objetivos, coartan las potencialidades de una visión cosmogónica, sofocan las alternativas de solución, frenan el crecimiento y desarrollo y por ende el enriquecimiento de nuestros valores materiales y espirituales, singulares y universales.
Muchas de nuestras actitudes chovinistas provienen del conocimiento limitado del mundo, posicionan nuestro contexto desde una visión narcisista, egocentrista y sincrónica, divorcian nuestro patrimonio tangible e intangible de toda su evolución transcultural, ignoran los procesos históricos y sus estudios diacrónicos que nos posibilita el conocimiento de los orígenes, bases de las actuales diferencias.
Pero también restringen el cuestionamiento de nuestras creencias, sentimientos, valores, estereotipos, representaciones, tradiciones; delimitan una deconstrucción autocrítica de nuestra formación ciudadana y por ende confinan la existencia al aquí y al ahora, sin aportar como miembros de una sociedad elementos constructivos y enriquecedores.
Mas no está en la identificación con el entorno más cercano nuestra limitación en la concepción de la identidad, debemos defender nuestra singularidad y nuestras diferencias a nivel personal y provincial, nuestra debilidad al reflexionar sobre el término radicaría en evadir la pertenencia a la tierra madre, ya madurado en Martí en su concepción Patria es Humanidad; nuestra mayor limitante no reside en las fronteras territoriales, sino en los demarcaciones mentales.
 La conciencia del yo singular promueve la preocupación por el género, suscita una visión más abarcadora y comprometedora con la condición humana. El progreso de la humanidad ha llevado al hombre a un punto de desarrollo e incertidumbre tal que se ha impuesto la integración a nivel global, se ha ido adquiriendo una conciencia del espacio y apoyo vital tan amplia que hoy se habla de identidad terrenal, pero ese conocimiento del carácter universal  en lo particular y general es lo que ha posibilitado distinguir lo singular en  lo universal, y lo que ha promovido todo un movimiento de defensa por la diversidad cultural.
Globalidad o integración desde una «hermenéutica crítica, psicoanalítica, humanista y marxista»[20] como nos propone D´Angelo, O. (2002) no está divorciado del respeto a las diferencias; todo lo contrario, contiene en sí el acatamiento de los componentes multiculturales y el análisis de los elementos disociadores y conciliadores, desintegradores e integradores, discordantes y concluyentes, de continuidad y ruptura que impone la comprensión y construcción de una nueva era planetaria sobre la base de la ética de la condición humana.

Las relaciones mutuas e influencias recíprocas entre las partes y el todo: Proyecto de vida-ecología social
La ética de la comprensión nos pide comprender la incomprensión[21].
      E. Morín
Como expresa E. Morín (2000), «Las ciencias nos han hecho adquirir muchas certezas, pero de la misma manera nos han revelado, en el siglo XX, innumerables campos de incertidumbre»[22]. Muchas de esas incertidumbres están en estrecha relación con el medio físico, la naturaleza nos sorprende constantemente, nuestro avance es aparentemente titánico, pero ignoramos mucho de lo que la naturaleza nos depara. Sin embargo, los pasos del hombre por la tierra, su historia y cultura local y universal se tejen mediante lo que él mismo a través de la subjetividad individual y social es capaz de aportar, tanto a lo que patrimonio tangible e intangible se refiere. De ahí que tengamos que volcar nuestra mirada hacia nosotros mismos, muchas de las respuestas y soluciones a los grandes problemas personales, provinciales, nacionales y mundiales están dentro de nosotros mismos, residen en ese sentimiento que desempeña un rol esencial como motor impulsor en el reconocimiento y defensa de nuestra identidad, ese sentimiento al que tanto apelamos, pero el que tan poco comprendemos: amor.
   El amor es un sentimiento universal y dentro del reino animal nadie mejor que el hombre para conocerlo, comprenderlo y defenderlo, pero a veces la subjetividad humana complica todos los escenarios de la vida social convirtiendo nuestro plano interno en volcán de lava que cuando explota en determinados períodos expulsa en su excesiva convulsión extremas pasiones que contaminan nuestro ambiente y causan en nuestro contexto catástrofes que afectan la formación a niveles particulares y generales. Somos como individuos, partes de un todo y nuestras pequeñas acciones alteran el tapiz multicolor al que pertenecemos: mover un punto significa afectar su estructura y unidad.
La memoria universal ha escrito el libro de nuestra herencia cultural sobre la base de este sentimiento que desde lo social configura lo individual y viceversa, él ha permitido acelerar o contener los hitos legítimos del desarrollo que nos ha guiado hacia lo que hoy somos. No obstante, algunas de esas páginas que marcan las proezas de la historia humana, a veces, nos mancillan. Por tanto en las manos del cuidado de nuestra ecología interna está el futuro de la humanidad, en el manejo del concepto del amor está la posibilidad real de vivir en un mundo mejor.
La comprensión profunda de nosotros mismos como individuo, sociedad y especie nos lleva a replantearnos un adecuado proyecto de vida, «el cual se construye desde la dimensión histórico-cultural de la personalidad individual (y del grupo social), que cobra un sentido real, significativo y práctico, en el contexto social concreto en el que se desenvuelve, con roles, compromisos, normas y acciones, que los identifican como una persona o grupo social concretos, en una sociedad dada»[23]. Los proyectos de vida serían la solución a muchos de los males que minan nuestra ecología social, un productivo proyecto de vida nos emancipa del conjunto de cánones y prejuicios inservibles que hemos ido recogiendo durante la vital existencia, y que representan el freno que no nos permiten una auténtica evolución psíquica, física y social y nos arrastran a desarrollar creencias limitadoras, obligándonos a la contención de emociones, a la venenosa censura, a la falsa moral.
Debemos protegernos para que estas creencias no maniobren los fluidos del cuerpo, sistema nervioso, ni nuestro cerebro, ni nos manipulen a tal nivel que nos permitan condescender a desacertados cánones de prestigio que el contexto exige.
De nosotros como individuo y grupo social depende no dar rienda a los impulsos irracionales de la indiferencia y la aceptación aunque nos parezca que debemos consentir al poder absoluto y sancionador de determinados esquemas conceptuales, o verdades establecidas que determinan estereotipos. Las «ideas recibidas sin examen»[24] conllevan a «conformismos cognitivos e intelectuales»[25] que no caracterizan la «dinámica constructiva y de expresión de los proyectos de vida»[26], rasgos esenciales «a la hora de considerar su articulación con los procesos sociales reales»[27].
Cuando esos elementos pasan por el filtro de nuestra conciencia, se analizan y valoran, perfeccionan nuestras aptitudes ante la vida. Saber quiénes somos y qué queremos nos prepara para amar y defender nuestro proyecto de vida. Cuando aceptamos todo sin un proceso de reelaboración personal y de intercambio, siendo víctimas de los mecanismos de imitación y contagio, caemos en un plano de superficialidad, irreflexión e indiferencia que nos coloca en un sendero de intolerantes involuntarios que salvaguardan creencias y conceptos heredados sin ningún tipo de cuestionamiento, lo que no conduce al desarrollo social al que aspiramos, ni orienta hacia el crecimiento espiritual que nuestros ideales exigen.
Sin cuestionamiento no hay conocimiento, sin cuestionamiento no hay comprensión, sin cuestionamiento no hay transformación. Mas debemos estar alertas con los conceptos: cuestionar  no significa agredir, cuestionar no significa destruir, ni subestimar; cuestionar significa detectar las incongruencias, encontrar las contradicciones, solucionar los problemas desde una óptica humanista, con una motivación genuina donde nuestras actitudes y aptitudes se pongan de manifiesto mostrando su integridad, la conciencia del yo individual y el yo general que configura nuestro plano interno, reconoce en la praxis social nuestro rol e influencia personal.
Estas reflexiones nos conducen a sugerir que, paradójicamente, debemos trabajar aquí y ahora. ¿Qué queremos decir con esto si el concepto proyecto de vida encierra en sí mismo proceso de planificación personal presente y futura? Pues, como dice O. D´Angelo, «un proyecto de vida eficiente no es concebible sin un desarrollo suficiente del pensamiento crítico--autocrítico-reflexivo-- que se conecte con las líneas fundamentales de la de la inspiración de las personas y de su acción social, y se fundamente en una sólida autodeterminación personal»[28]. Entonces, el impacto de la interacción diaria de individuos con estos rasgos en la práctica social sería una probada expresión de dignidad, solidaridad y espiritualidad, o mejor utilizar un término que los sintetiza, de ética humana; lo que implica intercambio de influencias entre individuo y sociedad, pues el conjunto de proyectos de vidas individuales con estas particularidades influirían y conformarían los proyectos sociales de los contextos a los que estos individuos con conciencia sentida y responsable pertenecen, enriqueciéndose mutuamente.
Si el «concepto proyecto de vida pretende sistematizar unas formas de estructuración de la realidad subjetiva, condición y componente de la acción humana como praxis individual y social (...) en la que se conforma el curso de los acontecimientos presentes y futuros a través de estilos de vida y patrones de comportamiento social de la vida de las personas, de los grupos, de las instituciones y de toda la sociedad»[29], entonces, nos preguntábamos, si tendría las mismas implicaciones e impacto a nivel individual la planificación de proyectos sociales desde las instituciones.
Creemos que hay una premisa que muchas veces obviamos: las potencialidades de autocrítica y creatividad de los pobladores de una comunidad determinada. Nuestras instituciones sociales, culturales, empresariales, educacionales generalmente planifican los proyectos sociales a partir de las conclusiones de sus observaciones mediante determinados instrumentos de diagnóstico, mas evitan la inclusión de la masa en el diálogo, elaboración y seguimiento de los proyectos sociales. Se debe ser muy profundos en la planificación de los mismos, se debe partir del diagnóstico de las necesidades e intereses reales de las personas (o grupos) en correspondencia con las características de su entorno a partir de sus propios testimonios y darles participación a sus miembros en la construcción de esos proyectos, pues es muy difícil que el ser humano comprenda, ame y defienda aquello en lo que él no se sienta partícipe y artífice.
Recordemos que «La ética no se podría enseñar con lecciones de moral. Ella debe formarse en las mentes a partir de la conciencia de que el humano es al mismo tiempo individuo, parte de una sociedad, parte de una especie. Llevamos en cada uno de nosotros esta triple realidad. De igual manera, todo desarrollo verdaderamente humano debe comprender el desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y la conciencia de pertenecer a la especie humana»[30].
Como podemos observar las respuestas están en nosotros mismos, en la concepción que asumamos sobre la vida, en la flexibilidad de nuestros pensamientos para asimilar las adversidades, en la sagacidad para detectar lo infecundo y lo desacertado, en  la amplitud y profundidad de la intuición para descifrar las claves.                                           
Está siendo hora de asumir una posición exploradora, investigativa y de cuestionamiento ante la vida, está siendo hora de concientizar que «Como si fuera un punto de un holograma, llevamos en el seno de nuestra singularidad, no solamente toda la humanidad, toda la vida, sino también casi todo el cosmos, incluyendo su misterio que yace sin duda en el fondo de la naturaleza humana»[31].        


[1] Profesora Investigadora de la Universidad Estatal de Bolívar, Extensión San Miguel. E-mail: mansanolebroc@gmail.com
[2] Investigador, Director de Patrimonio de Ciego de Ávila. E-mail: alebroc@ciego.cult.cu
[3] Morín,  E. (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. UNESCO. p.12.
[4] Fariñas, G. (2003). Retos de la investigación educativa: un enfoque histórico culturalista. Rev. Cubana de Psicología,
20 (2), 145-152.
[5] Martí, J. (1882). Emerson.  t. 13. p.21.
[6] Morín,  E. (1997).  Introducción al pensamiento complejo, p.23.
[7] Morín,  E. (1997).  Introducción al pensamiento complejo, p.23.
[8] Biblioteca de Consulta Microsoft® Encarta® 2005. © 1993-2004 Microsoft Corporation.
[9] Morín,  E. (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. UNESCO. p.22.
[10] Martí, J. (1975). Fragmentos. t. 22, p. 236.
[11] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28. enero-marzo, p.99.
[12] Fariñas, G. (2003). Retos de la investigación educativa: un enfoque histórico culturalista.  Revista Cubana  de Psicología.  Vol. 20, No. 2.

[13] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28. enero-marzo, p.103.
[14] Ibídem.
[15] Morín,  E. (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. UNESCO. p.70.
[16] Morín,  E. (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. UNESCO. p.31.
[17] Morín,  E. (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. UNESCO. p.34.
[18] Morín,  E. (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. UNESCO. p.12.
[19] Ibídem. p.35.
[20] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28. enero-marzo, p.99.
[21] Morín,  E. (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. UNESCO. p.71.
[22] Ibídem.  p.13.
[23]  D´Angelo, O. (2002). Cuba y los retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28. enero-marzo, p.97.
[24] Morín,  E. (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. UNESCO. p.21.
[25] Ibídem.
[26] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28. enero-marzo, p.98.
[27] Ibídem.
[28] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28. enero-marzo, p.98.
[29] D´Angelo, O. (2002). Cuba y los retos de la complejidad: subjetividad social y desarrollo. Revista TEMAS. No.28. enero-marzo, p.97
[30] Morín,  E. (2000). Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. UNESCO. p.13.
[31] Ibídem. p.38.